2019

Ella Littwitz: Un elefante en la habitación

Centre d'Art La Panera

Residuos

Al principio fue el residuo –esto es lo que no se explica con la historia de este mar, escrita a cucharadas de cocina mediterránea y a tragos de vino espumoso. Bajo la fina lámina que caracteriza la dolce vita donde por siglos han llevado las olas del clasicismo, Ella Littwitz (Haifa, Israel, 1982) descubre el Mediterráneo como un vestigio subsidiario, completamente dependiente y con carencias.

El empobrecimiento biológico de un océano frondoso del Mesozoico, el llamado Tetis –hace más de 200 millones de años–, dio lugar a un mar precario, inestable a nivel meteorológico, con graves problemas de salinidad y que se mantiene saciado gracias a la pequeña obertura que lo une con el Atlántico en uno de sus extremos, conocido como el estrecho de Gibraltar. Se ha definido, en correspondencia, un paisaje agreste en sus orillas, por momentos desértico, y escasamente fértil.

Este ha sido el precio a pagar por la placidez de la cuenca, la cual, por otro lado, se ha considerado indispensable en su condición de cuna de la humanidad: por todo lo que tiene de empobrecido, el Mediterráneo ha resultado ser el ecosistema idóneo para el desarrollo y los intercambios de lo que más adelante se ha explicado como las primeras civilizaciones humanas.

Un elefante en la habitación funciona, en este sentido, por analogía. Una pregunta parece atravesar todo el proyecto que Littwitz ha desarrollado expresamente para la sala hipóstila de La Panera: ¿hasta qué punto la determinación de este residuo remoto sigue siendo aún vigente?

Los neumáticos que se encuentran en el fondo de la instalación aluden a la solución más precaria de navegación: las balsas neumáticas. También los neumáticos como tales son usados como boyas de pobre por los pescadores de las orillas del Mediterráneo y como defensa de sus barcas. Littwitz alude, con su amontonamiento, a la condición precaria de este mar pero también a la crisis humanitaria que en él se ha desencadenado desde el cambio de milenio con la migración masiva desde las costas del norte de África y del Oriente Medio.

Ahora bien, ¿hasta qué punto el Mediterráneo no es solamente el medio de las migraciones sino también su causa? Para Littwitz, el fondo del Mediterráneo, el destino funesto de muchas de las pateras que zarpan diariamente de sus orillas, también es su detonante. ¿O bien la precariedad idiosincrática de este mar no guarda ninguna relación con la mediocridad que se da a expensas del mundo –llamado– civilizado?

Redes

En el debate sobre los medios de comunicación son frecuentes dos posicionamientos: se considera que o bien los medios están totalmente determinados por circunstancias que los preceden o bien determinan por completo un nuevo paisaje de relaciones sociales.

Un caso recurrente es Internet: hay quienes lo ven como un sistema de comunicación revolucionario que incluso ha modificado “nuestra manera de pensar, leer y recordar” (Nicholas Carr). Pero hay quienes también ven Internet como un sistema que ha satisfecho las necesidades específicas de sus desarrolladores, el ejército y el Departamento de Defensa de los Estados Unidos de América. Por lo cual, lo que se habría alcanzado con la irradiación de Internet se reduciría, al filo de esta interpretación, a la mera instrumentalización de la sociedad con fines relativos a la militarización y la vigilancia.

A pesar de ello, pocos años después de desarrollarse ARPANET –la red que anticipa Internet–, los ingenieros del ejército norteamericano empezaron a experimentar con otro tipo de red, en este caso hecha de polietileno. Se la conoce con el nombre de geoceldas y se utiliza actualmente como sistema de confinamiento: esta red crea una barrera con la que se previenen los desprendimientos en terrenos acuosos o inestables. Las geoceldas impiden la filtración del agua en su interior y facilitan así un buen drenaje y mantener el terreno compacto, posibilitando la construcción de carreteras, canalizaciones y pavimentos de todo tipo en su parte superior.

Dado su bajo coste, las geoceldas han resultado ser revolucionarias en zonas remotas de África, Oriente Medio, Australia y el Pacífico. Su éxito se explica por haber incidido en el desarrollo de poblaciones rurales sumidas en la extrema pobreza, en tanto que facilitan la construcción de carreteras que sirven para mejorar la conectividad entre los grupos de población y, así también, entre las respectivas microeconomías.

Con Un elefante en la habitación, Littwitz recupera las geoceldas con tota la dualidad  de un sistema en red: efectivamente, esta malla dispone de un elevado potencial de conectividad a cambio de mantener las sustancias confinadas.

Probablemente se pueden explicar en un sentido parecido las rutas que cruzan el Mediterráneo desde tiempos inmemoriales y que han convertido este mar en un gran medio de comunicación para los humanos: por un lado, se entiende que esta red navegable ha sido un elemento clave para el desarrollo civilizado. Pero al mismo tiempo el Mediterráneo, en su condición de obstáculo, ha sido también un detonante para el desarrollo de culturas diferenciadas en sus orillas, por lo que, en última instancia, también habría llevado a los pueblos a mantenerse en disputa y separados.

¿En qué medida, por lo tanto, el Mediterráneo civiliza y cambia las determinaciones o bien, sencillamente, habría servido para llevar las miserias humanas a una escala superior?

Sequía

Littwitz apunta, también, hacia el principio y el fin de los tiempos. Hacia el archi-fósil, que es anterior a la irradiación de la plaga humana, y hacia las utopías, que sin embargo han buscado superarla.

Por un lado, Un elefante en la habitación remite a la crisis salina del Messiniense, que ocurrió hace 6 millones de años, cuando el actual estrecho de Gibraltar se cerró y se vio obstruida la entrada de agua al Mediterráneo durante centenares de miles de años. Esto hizo que el nivel del mar descendiera rápidamente entre 3 y 5 kilómetros y que la cuenca del Mediterráneo se secara casi en su totalidad.

Por otro lado, Littwitz remite al proyecto con el que el arquitecto Herman Sörgel reconsideró, en 1927, este episodio prehistórico, entreviéndolo entonces como una vía para erradicar la conflictividad que se ha generado entre los países de la cuenca mediterránea: durante más de veinticinco años Sörgel trabajó para definir Atlantropa, un proyecto con el que quería propiciar un buen entendimiento entre los países que rodean al Mediterráneo por medio de desecar el mar y ganando algunos kilómetros de tierra. De este modo se habrían satisfecho las ansias de expansión nacional y colonial sin que los países tuvieran que enfrentarse entre sí.

Aunque esto actualmente resulte inverosímil, sería erróneo ver a Sörgel como un iluminado, cuando coetáneamente se estaba desarrollando el Zuiderzee, la construcción del inmenso dique con el que los Países Bajos han ganado algunos miles de kilómetros al Mar del Norte.

A este respecto Sigmund Freud arremetió: “Donde estaba el ello, debe advenir el yo. Este es el trabajo de la cultura, en oposición a la desecación del Zuiderzee”. Con su “31a conferencia sobre psicoanálisis” de 1932, Freud usó la iniciativa de desecar el mar como un antiejemplo para describir la cura psicoanalítica: tal como interpreta el Edit Suisse Group, con el psicoanálisis se procura poner al descubierto los sentimientos de culpa que permanecen en el fondo de la memoria consciente, sin procederse a su eliminación o desecación.

Este no es el caso de la desecación que Littwitz ha provocado con Un elefante en la habitación. Aquí se presencia una cierta crisis salina del Messiniense como una gran masa drenada, que funciona como un molde en negativo de las cuencas que confluyen en el Mediterráneo y, a la vez, como un fósil de su fondo marino. Sirvan para concluir las palabras de Fernand Braudel: “Nada recuerda aquí al Mediterráneo clásico y risueño en el que florece el naranjo”. La sequía que se presencia, en cambio, facilita el viaje a las profundidades de su cara oculta.