La alegoría de la caverna de Pozalagua está llena de sentidos y contrasentidos: la cueva fue descubierta accidentalmente, en 1957, cuando una detonación en una cantera próxima abrió una rendija hacia las intimidades geológicas. Hasta aquel momento, la cueva había existido al margen de los asuntos e intereses humanos. Hasta aquel momento, además, el principal motor económico del Valle de Karrantza había sido el pastoreo de ovejas y el trabajo en la cantera de dolomia; pero con la irrupción de este nuevo actor –la cueva– la zona resultó transformada por el impulso del turismo. Pozalagua es un tesoro espeleológico: el descubrimiento atrajo a todo tipo de visitantes y empujó a las autoridades a trazar un plan de explotación conveniente. A finales de los años setenta, imponiendo el cierre de la cantera porque ponía en peligro la integridad de la cueva, un grupo de trabajadores dinamitó la entrada que quedó parcialmente destruida. La acción tenía que denunciar la pérdida de lugares de trabajo que imponía el cambio de modelo económico. Visto en perspectiva, aquel sabotaje ya hacía visible el choque de intereses que se disputan el territorio. Uno de tantos.
El trabajo audiovisual de Gerard Ortín explota, también, los recursos del paisaje vizcaíno. Esto incluye, además de la cueva de Pozalagua, las apariciones esporádicas del lobo –unos lo temen, mientras otros luchan por su reintroducción-, o los esfuerzos para que una raza autóctona de perro pastor no desaparezca con el retroceso de la ganadería que vive la comarca… El proyecto de Ortín destaca estas fricciones, las luces y sombras de una realidad en proceso de cambio, y lo hace a través de un ejercicio de paisajismo de las relaciones, donde hablar de domesticación es tan inoportuno como hablar de pureza o estado natural.