Bienvenidos al museo, bienvenidas a la vida administrada,
Basado en una máxima de Immanuel Kant –»el gusto es la conformidad de la ley sin la ley»–, el museo ha sido un instrumento predilecto para internalizar la autoridad a través del arte y la cultura.
En el año 1922, en un momento incipiente con respecto a la acción museística en Cataluña, una mala venta por parte del obispado de Lleida a Lluís Plandiura hizo que la Junta de Museus de Barcelona se litigara contra este coleccionista. Asimismo, la Junta instó a la Mancomunitat a que se iniciara los trámites de la primera Ley de Patrimonio Artístico, un instrumento que debería impedir el saqueo de objetos litúrgicos y de pinturas murales que en esos momentos tenía lugar en las iglesias del norte del país, y que tendría que garantizar, en cambio, cumplir lo que estos noucentistes llamaban «el deber patriótico y social de la obra del museo». Las piezas que Plandiura y la Junta de Museus se disputaban eran dos conjuntos medievales de considerableme valía el «Tern de Sant Valeri» y el «Tern de Sant Vicenç». De ese modo, ambos ternos se convirtieron en los detonantes del primer intento de racionalización de la cuestión patrimonial en Cataluña.
El año 1931, los hechos revolucionarios que se produjeron en Andalucía afectaron a la firma comercial de Lluís Plandiura, quien se vio obligado a vender su colección. La adquirió inmediatamente la recientemente constituida Generalitat republicana. La compra fue recibida de modo impopular entre algunos partidos políticos y sectores sociales, hasta el punto que Barcelona se llenó de carteles en donde se esgrimían frases en su contra. Joaquín Folch i Torres, el entonces director general de los Museus d’Art de Barcelona, publicó a su favor en el periódico L’Opinió: «Cal comprar la Col·lecció Plandiura per tal com aquesta ha estat formada per tot allò que el Museu d’Art Nacional de Catalunya haria hagut de comprar i no ha pogut adquirir». En cualquier caso, cuando la Generalitat adquirió los dos preciados ornamentos litúrgicos medievales, se dio cuenta de que ya no los podría recuperar en su integridad: en concreto, la casulla del conjunto de sant Valeri había sido completamente rsgada, y le faltaba una gran cantidad de fragmentos aque presuntamente Lluís Plandiura habría vendido a colecciones públicas y privadas de todo el mundo mientras el terno fue de su propiedad.
En el año 1995, la prestigiosa fundación Abegg-Stiftung devolvió la casulla restaurada al Museu del Tèxtil i de la Indumentària de Barcelona. La solución que se adoptó era completamente insólita: los huecos que había dejado aquel troceado se cubrieron entonces con pequeñas cartelas que imitan la forma de cada uno de los fragmentos ausentes y que llevaban inscrito el nombre de los lugares donde estos se encuentran hoy en día: Boston, Chicago, Filadelfia, Lyon, Nueva York, Terrassa, Vic. Sin embargo, el mapamundi resultante no se corresponde con los criterios de restauración del Museo de Barcelona.
En el año 2003, a raíz de una estancia del artista en México DF, Javier Peñafiel (Zaragoza, 1964) produjo Adivina estos dibujos (2003), una pieza videográfica formada por datos estadísticos que remiten a realidades difícilmente imaginables. Al mismo tiempo, los procentajes son sometidos a los comentarios de dos actores mexicanos, Luis Villanueva y Sissa, meintras que al final del vídeo se recoge unos cortes en donde la voz de Marcel·lí Perelló ironiza sobre la confusión que él mismo tuvo en Radio UNAM entre el apellido del artista y el nombre de un agua mineral popular en México. Desde medianos de la década de los noventa, Javier Peñafiel da lugar a extrañas formaciones de la subjetividad que se resisten deliberadamente a los estándares de al administración de la vida. Son formaciones expresivas, pero que no remiten a ninguna interioridad. Entre sus estrategias figura el hecho de llevar la taxonomía y la estadísitca al paroxismo.
Los sujetos que inventa Peñafiel y la casulla del «Tern de Sant Valeri» coinciden en desafiar la vida administrada. Lo que Peñafiel proyecta en el plano de lo simbólico, la casulla lo alcanza con una vida que ha ido a contrapelo de los procesos de la administración pública. Ahora bien, muy sintomáticamente, este detonante de la patrimonialización en Catalunya queda hoy en estado de ruina, mientras que otro síntoma es que ambos intentos de fuga –tanto el de Peñafiel como el de la casulla– se encubren con una epidermis que está formada por un exceso de taxonomía.
En la vida de los museos no hay romanticismos que valgan. Por lo que, tal y como hace Pascal Gielen, nos preguntamos: «¿Qué y cuánta creatividad vamos a necesitar para ser capaces de huir de tanta creatividad?».